viernes, 28 de febrero de 2014

Dostoyevski

En la extraordinaria novela de Dostoyevski a Ivan Karamazov se le presenta un extraño visitante, una imagen alucinada o parte de su más intima y oculta conciencia. Mantiene un interesante diálogo con él. Parte de este diálogo lo exponemos aquí por su interés filosófico:
-El joven pensador seguía diciendo: «Pero nos preguntamos si esta época llegará. En caso afirmativo, todo quedará resuelto, y la humanidad se organizará definitivamente. Pero como, dada la necedad inveterada de la especie humana, esto tal vez no se realice hasta dentro de miles de años, todo hombre consciente de la verdad tiene derecho a reglamentar su vida como le plazca, ajustándola a los nuevos principios. Admitido esto, habrá que admitir también que ese hombre tiene derecho a todo. Es más: incluso aunque esta época no haya de llegar nunca, el hombre nuevo, sabiendo que Dios y la inmortalidad no existen, puede convertirse en un hombredios, aun en el caso de que sea el único que viva así. Ese hombre podría hacer caso omiso, sin la menor preocupación, de las reglas tradicionales de la moral, esas reglas a las que el ser humano está sujeto como un esclavo. Para Dios no hay leyes. En cualquier parte en que se encuentre, está en su sitio. En cualquier parte donde yo esté, me encontraré en el primer puesto… En una palabra: tengo derecho a todo.» Es un razonamiento encantador. Claro que si uno quiere trampear, ¿para qué necesita la verdad? Pero el ruso contemporáneo es así: adora de tal modo la verdad, que no se decide a utilizar el engaño como no pueda apoyarse en ella…

COMENTARIO: LA FILOSOFÍA DE LA SOSPECHA
Nietzsche y Marx (también Freud) tienen aspectos filosóficos comunes. Ambos aparecen en el siglo XIX e influyen vivamente en el siglo XX. El rasgo común más sobresaliente de ambos es su ateísmo. En relación con el problema de Dios podemos reconocernos en tres posturas diferentes. El teísta cree en Dios, en algún sentido “sabe” que existe y a veces tiene un interés manifiesto en demostrar o convencer a los otros de su existencia, pues esto aportaría algo bueno a la Humanidad. El ateo no cree en Dios. La proposición “Dios existe” es probablemente falsa, pero lo fundamental es que “sin duda”, es una mentira. Las mentiras son siempre interesadas. Así pues Nietzsche o Marx sospechan que detrás de esta “mentira” existen intereses por parte de grupos, instituciones o formas de vida concretas, que salen claramente beneficiados. Dios, su moral y su religión son entonces un engaño. Desmontar la mentira de la religión constituye uno de sus principales proyectos. Si somos capaces de desenmascarar esta mentira, parecen pensar, la Humanidad saldrá beneficiada por ello. Esta actitud de sospecha ante la religión es lo que ha servido para denominarlos como los filósofos de la sospecha. En rigor, sospechar y no conformarnos con explicaciones dadas es la actividad fundamental del filósofo.
Entre medias de estas dos posturas extremas encontramos el agnosticismo. El agnóstico no afirma ni niega la existencia de Dios. En algún sentido cabe decir que ni le sobra ni le falta Dios y por consiguiente no muestra interés a favor o en contra. Considera que el problema teológico no resuelve los problemas vitales. El agnóstico está perfectamente instalado en la realidad del mundo, y Dios, de existir, es cosa de otro mundo. (Para más información sobre el concepto de agnosticismo leer ¿Por qué soy agnóstico? de E. Tierno Galván).
El texto de Dostoyesvski en cierto sentido se anticipa a posturas ateas propias del mundo contemporáneo. La duda o la negación de Dios posibilita el nihilismo que en su sentido más atroz se muestra en los totalitarismos del siglo XX. Aunque nos muestra una cara más amable en los avances científicos que posibilitan tantas mejoras a la Humanidad y un sentido más profundo de la libertad y la responsabilidad del ser humano tan presente en el existencialismo de Sartre.
Los trágicos personajes de Dostoyesvki son proyectos del superhombre nietzscheniano que sin embargo no pueden desembarazarse de su propia conciencia moral. Siendo así, en el límite del nihilismo yace una profunda espiritualidad. En el interior de sus conciencias parece desarrollarse una agónica batalla que les dota de humanidad y transcendencia: si Dios no existe todo me está permitido (parecen decirse), pero a pesar de la fría reflexión siento que no todo me está permitido, ergo Dios debe existir. ¿Nietzsche versus Kant?
El texto expuesto puede servir para introducirse en el problema de la moral kantiana y la crítica que Nietzsche realiza a Dios y a la moral tradicional en toda su filosofía. 

jueves, 1 de julio de 2010

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

Anicius Manlius Torquatus Severinus Boetius (Boecio para nosotros), fue condenado a muerte por el emperador Teodorico. Esperando que se hiciese efectiva su condena, recibió la visita alegórica de la Filosofía encarnada en una señora mayor que logra consolarlo mediante una serie de extensos argumentos, muchos de los cuales se generalizan en la famosa ecuación que iguala resignación con felicidad. Boecio es considerado como precursor de la Escolástica que habría de florecer en la baja Edad Media.

Lo mismo que dijo Nietzsche del idealismo alemán y del famoso seminario de Tubinga, decimos nosotros a propósito de La consolación de la Filosofía: ¿Boecio? teología disfrazada de filosofía. Quien quiera consuelo se equivocó de página. No entre aquí quien haya encontrado ya fármacos para su espíritu. No entre aquí quien busque consuelo; o mejor, quien busque justificar o racionalizar el consuelo que ya ha encontrado por caminos ajenos a la más noble filosofía: escolásticos, teólogos, dogmáticos e iluminados harán bien en abstenerse.

Entre aquí quien tenga preguntas y busque respuestas. Pero solo será apto quien sepa que la respuesta no está nunca garantizada y aun cuando se encuentra, si se encuentra, pudiera ser causa de un mayor desconsuelo que solo promete más preguntas. La diosa Atenea nació vestida de guerrera y armada de pies a cabeza. Así nos quiere la filosofía, combativos, libres y heroicamente desconsolados.

Eliminada la infección, un cuerpo queda desinfectado.
Asimismo, con filosofía y sin consuelo este blog queda alegremente desconsolado.


Un saludo cordial a todos mis lectores.

martes, 8 de junio de 2010

SÓCRATES Y LA RELATIVIDAD DE LA MORAL

LOS SOFISTAS
En la democracia ateniense saber hablar y persuadir era una garantía para poder defenderse en un juicio o alcanzar el poder en la asamblea.
Así pues, el conocimiento de estas técnicas era una demanda del pueblo ateniense. Para cubrir esta demanda del pueblo ateniense nacen los sofistas.
Los sofistas en un principio eran sabios y profesores que enseñaban el arte del buen hablar (retórica, oratoria, técnicas lingüísticas de persuasión, etc.), junto con otros conocimientos, a cambio de dinero. En el ámbito democrático no tenían un sentido peyorativo. No obstante, cuando llegó el periodo de crisis y demagogia los sofistas se revelaron como síntoma y causa de la crisis política y moral del mundo griego.
Los ciudadanos griegos sentían que la democracia no funcionaba bien y que los políticos decían una cosa y hacían otra, modificaban las leyes según sus propios intereses, etc. Así pues, la demanda ciudadana hacia los sofistas cambio de signo. Ahora no se requería de sus servicios para una legítima ascensión al poder sino para poder luchar con las mismas armas y utilizar los mismos engaños que el poder mismo.
Los sofistas se convirtieron, sobre todo, en meros técnicos defensores de la relatividad ética y política. Sus discursos daban la posibilidad de salir libre de un juicio, triunfar en la asamblea o mejorar la hacienda. En ninguna de estas actividades era importante que fuésemos culpables, inocentes, que nuestras ideas fueran buenas para el estado o que perjudicásemos a terceros. Lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto, es relativo, pensaban los sofistas, y esto justifica una actitud de egoísmo del ciudadano ateniense.
Los sofistas afirman el relativismo ético y político desde dos conceptos: fisis y nomos. Para los griegos fisis era la ley natural que rige todo el universo y por tanto tenía un carácter absoluto, la ley de la gravedad, claro está, no es una cuestión relativa. Es válida para todo el universo. El nomos es la norma o ley inventada, acordada por los ciudadanos. Así pues el parchís o las normas de tráfico pueden varían de un país a otro, incluso podían haber sido otras y hasta las podemos cambiar.
Es común a todos los griegos la veneración y respeto por la ley política y la norma moral. El precepto humano, en general, era considerado como absoluto. Las leyes no cambiaban de una forma caprichosa sino que parecían sólidas y duraderas y esto abundaba en la creencia de su absoluta validez. Los griegos, hasta la muerte de Pericles, gran político que dirigió con sabiduría y prudencia Atenas durante un largo periodo de tiempo, creían que estas leyes estaban avaladas por los dioses o que eran una cierta traducción de la ley natural. Tras la muerte de Pericles esta idea empezó a flaquear. Los ciudadanos tenían la experiencia de que otras polis tenían otras leyes y que incluso se creaban constituciones nuevas para colonias recién conquistadas. La discusión sobre lo justo o injusto era, además, algo habitual en el ágora. Si había otras constituciones, si era evidente la creación humana de nuevas constituciones y si se discutía sobre lo justo y lo injusto era claro que la justicia no era una cuestión de la naturaleza ni de los dioses. La justicia no era fisis, era nomos, una cuestión de convención como el parchís o las normas de tráfico, una creación cultural. El precepto humano, según los sofistas, es válido según cuándo y dónde. La ley es nomos y relativa.

SÓCRATES
Sócrates en apariencia se confundía con los sofistas. Como los sofistas gustaba de charlar con los jóvenes en el ágora y las calles de Atenas, despreciaba el saber sobre la naturaleza tan vigente en los filósofos anteriores y se ocupaba de cuestiones cercanas a la realidad humana como la ética, las costumbres o la política. Pero eran mucho más las cosas que le diferenciaban de los sofistas. Sócrates no vestía con lujo y residía en Atenas todo el año, no sólo esporádicamente. No era amigo de grandes discursos. No cobraba por sus enseñanzas (la única justificación de la enseñanza era el eros, es decir, el afecto). Con todo la diferencia más importante se daba en el orden moral. Mientras los sofistas defendían un relativismo ético Sócrates consideraba que la verdad natural o ética es siempre absoluta. No todo vale en nuestro comportamiento diario en sociedad.
Sócrates no tenía doctrina propia. Por tanto dos cosas estudiaremos de él: el método de conocimiento y sus implicaciones éticas.
¿Qué es lo que hacía Sócrates con sus discípulos en las calles y plazas de Atenas? Hablar, charlar con ellos y esta charla denominada filosóficamente dialéctica tenía dos momentos que respondían a dos objetivos.
Primero se intentaba llegar a la conciencia de la propia ignorancia realizando así la máxima socrática “sólo sé que no sé nada”. ¿Por qué? Evidentemente para conocer algo tenemos que estar persuadidos de que no sabemos. Quien cree saber no se preocupa de saber. Esta primera parte se realiza mediante la práctica de la ironía. Sócrates tomaba una actitud ingenua e irónica ante los valores morales que pretendía conocer: justicia, valor, prudencia, etc. ¿Quería saber que era la valentía? ¿Quien nos puede hablar del valor sino un militar valiente? Sócrates, acto seguido, buscaba al militar más valiente de toda Atenas y en presencia de sus discípulos le preguntaba sobre aquel concepto moral. El militar, deseoso de ser útil, lanzaba algunos ejemplos de actos valientes: “valiente es x al enfrentarse a 10 hombres” o “y cuando ganó tal o cual batalla con una mínima flota”; pero Sócrates le rectificaba: “yo quiero saber qué es el valor, no multitud de actos valientes”. El militar entonces improvisaba una definición: “la valentía es luchar en una batalla y no retroceder jamás”. Sócrates reflexionaba sobre aquella definición y buscaba un contraejemplo: “pero resulta que x, que es un hombre valiente, retrocedió en tal batalla de forma estratégica y ganó a la postre la batalla”. El militar rectificaba su definición y lanzaba otra. Sócrates actuaba de la misma forma demoledora hasta que el militar concluía que no sabía qué era realmente la valentía. Se hacía consciente así de su propia ignorancia y se cumplía el primer objetivo del método dialéctico: “sólo sé que no sé nada”.
El segundo momento intentaba llegar a un conocimiento de la verdad en cuestión, y este conocimiento no había que buscarlo fuera sino dentro de nosotros. Por eso esta segunda parte del método intentaba llegar a la máxima socrática “conócete a ti mismo” que se encontraba inscrita en el oráculo de Delfos. A esta segunda fase de la dialéctica la llama Sócrates “mayéutica”. La madre de Sócrates era comadrona, esto es, poseía “la técnica mayéutica” y esto consistía no en dar un niño a la madre sino en ayudar a la madre a que de a luz el niño que ya posee en su interior. Sócrates pensaba que su actividad en las plazas y calles de Atenas consistía en algo parecido al oficio de su madre. No daba la verdad a sus discípulos, pero ayudaba, con pequeños apuntes y preguntas, a que cada cual diese a luz la verdad, la definición correcta, que posee en su interior.
La dialéctica no siempre daba frutos. A veces no se llegaba a ninguna definición correcta del concepto moral en cuestión.
¿Qué había detrás de este anhelo de conocimiento? Había sin duda una preocupación moral. Sócrates se ocupaba de alcanzar definiciones absolutas de los valores morales porque pensaba que la gente que actúa mal, de forma perversa o incorrecta, no lo hace por maldad sino por ignorancia. Quien es malo sólo lo es porque no sabe realmente que es malo. Si conociese el bien no actuaría mal. Si conociese la justicia no sería injusto con los otros, etc. Esta doctrina que afirma que conocer el bien implica realizarlo se conoce como intelectualismo moral.
Evidentemente en una ciudad diseñada por Sócrates no habría cárceles. En su lugar habría escuelas. El mal deriva de la ignorancia y no merece castigo sino enseñanza.

LA RELATIVIDAD DE LA MORAL
a) El gusto o la opinión (doxa). Los juicios que constituyen una mera opinión o que son cuestión de gusto no son verdad absoluta sino relativa: “las lentejas son el plato más sabroso”, “el color azul es el mejor” o “Las mujeres gordas son más bellas que las delgadas”.
Primeramente son relativas al tiempo, a la historia. En algún sentido en la época del pintor Rubens tal vez era verdad que las mujeres gordas eran más bellas que las delgadas; pero en la década de los sesenta esto probablemente ya no era verdad.
Las opiniones o gustos son también relativos a la cultura. Es probable que en una cultura donde sólo se comen legumbres y no carne sea verdad que las lentejas constituyen un plato muy sabroso. En culturas donde sólo se come carne cruda, la cultura esquimal por ejemplo, el juicio anterior es falso.
Por último diremos que las opiniones o gustos son también relativas a la persona. Cada persona está dotada genéticamente con un temperamento peculiar, y cada persona recibe una educación que viene a modificar el temperamento, a crear carácter. Ambas cosas constituyen una personalidad única. Las personas de un mismo ámbito cultural o temporal tienen muchas cosas en común, pero como no somos idénticos en todo hay opiniones y gustos que nos diferencian. A Juan le parece que el color azul es el mejor, pero no así a Antonio que prefiere el rojo. Estamos entonces en un relativismo subjetivo.
Cuando estamos inmersos en una cuestión puramente relativa sabemos que no hay ninguna prueba o razón que pueda hacer objetiva la verdad que defendemos. No tenemos pues ningún derecho a imponerla a los otros o a mostrarnos dogmáticos. En lugar de pruebas o razones podremos mostrar nuestros motivos con la intención de convencer, en última instancia, a un posible interlocutor. El relativismo radical implica así un cierto respeto. Todo gusto u opinión es siempre respetable.
b) La ciencia o el conocimiento (episteme). Los juicios que constituyen ciencia o conocimiento como “2+2=4”, “Los cuerpos se atraen por la gravedad” o “las estrellas son brillantes” constituyen verdad absoluta.
La verdad de estos juicios no depende de la historia, la cultura o el individuo. Es posible que un tiempo, cultura o individuo ignore el conocimiento de que 2+2=4. No obstante 2+2=4 sigue siendo verdad. Mientras que el gusto se crea, los juicios que constituyen conocimiento se descubren, de ahí su validez absoluta. Si alguien defiende que 2+2=5 no diremos que es su verdad sino que está equivocado y trataremos de demostrarlo alegando razones. En cualquier caso, tendremos una tendencia, en algún sentido justificada, a imponer lo que es verdad a los que claramente están equivocados. Las cuestiones de ciencia o conocimiento implican así una cierta intolerancia. El maestro de matemáticas o el padre que enseña a su hijo no puede tolerar que el alumno o el hijo afirmen que 2+2=5. Podemos decir que el respeto hacia la verdad se traduce en una cierta intolerancia e imposición, generalmente propuesta como educación y enseñanza, hacia los que están equivocados.
c) La naturaleza de los juicios morales. Sócrates piensa que los juicios morales son parecidos a los juicios de la ciencia: constituyen verdad absoluta. Los sofistas piensan que los juicios morales son más parecidos a las cuestiones de gusto u opinión: constituyen verdades relativas.

jueves, 27 de mayo de 2010

INTRODUCCIÓN A ARISTÓTELES



Aristóteles nació en el año 384 a.C., en una pequeña localidad macedonia llamada Estagira. En el 343 a. C., fue contratado por Filipo de Macedonia para que se hiciese cargo de la educación de su hijo Alejandro. No se sabe mucho de la relación entre ambos. Pero de ser cierto el carácter que sus contemporáneos atribuyen a Alejandro (al que tachan unánimemente de arrogante, bebedor, cruel y vengativo), no se advierte rasgo alguno de la influencia que Aristóteles, tan amante del equilibrio y la moderación, pudo ejercer sobre él en el terreno moral. Tampoco encontramos ningún rastro de su posible influencia política, pues Aristóteles seguía predicando la superioridad de las pequeñas ciudades estado cuando su presunto discípulo estaba poniendo ya las bases de un imperio universal.
Con la caída del Imperio romano, la mayoría de las obras de Aristóteles desaparecieron, hasta que en el siglo XIII fueron recuperadas por el filósofo árabe Averroes. Estos escritos, en los que se hablaba con solidez de teología, física, astronomía, ética y política, fueron asimilados finalmente por santo Tomás de Aquino, constituyendo la resistente arquitectura que daría consistencia intelectual al gran edificio ideológico de la escolástica medieval. Hasta bien entrado el siglo XVII Aristóteles, junto con el papado y la Biblia, fue una de las incuestionables autoridades por todos respetada.
La relación con la filosofía platónica es polémica y controvertida. Cuando Aristóteles contaba 17 años de edad, fue enviado a Atenas para estudiar en la Academia de Platón. No obstante, no comulgó nunca con los planteamientos filosóficos de su maestro. E incluso es dudable que llegasen a ser amigos. Aristóteles fue el discípulo más crítico con las ideas platónicas. Hasta tal punto que, años después, acabó definitivamente separándose del platonismo y fundo su propia escuela filosófica: el Liceo. Ambas escuelas: la Academia y el Liceo, compitieron por el liderazgo intelectual en la Antigüedad.
En muchos sentidos Aristóteles constituye el negativo de Platón. Platón tiene un talante místico y religioso, seguramente heredado de los pitagóricos. Aristóteles, en cambio, es un observador nato más afín al espíritu de la ciencia actual. Para Platón lo que existe eran Ideas estáticas que yacían inmutables en un mundo celeste. Se acercaba en este sentido más a Parménides que negaba el movimiento. Aristóteles, al poner el acento en el mundo sensible, tendrá que admitir el movimiento y el cambio. En este sentido se acerca más a Heráclito y a los físicos jónicos.
Platón daba más importancia a lo general que a lo particular. La Idea, el concepto general, era más importante, más real, que cada cosa particular. Análogamente, la felicidad del Estado era prioritaria sobre la del individuo. Es más, en la utopía platónica la felicidad del Estado tendría como consecuencia la felicidad de cada uno de los individuos. Aristóteles, por contra, acentúa más lo particular sobre lo general. Lo que existe es esta cosa concreta y no sólo el concepto general. Lo que existe es este árbol que estoy viendo y no solo la Idea general que yo tengo de árbol. En relación con la ética-politica Aristóteles desechará los planteamientos utópicos de Plátón. Para Aristóteles más importante que una sociedad perfecta que reposa impoluta en el mundo de las Ideas, será la felicidad del individuo de carne y hueso, que es lo verdaderamente existente. De la felicidad de cada uno de los individuos se sigue la felicidad del Estado, y no a la inversa. Resulta pues que Platón se muestra como un idealista político amante de la utopía y Aristóteles más afín a cierto pragmatismo. Y aun admitiendo el carácter profundamente social de todos los griegos, no sería erróneo señalar que Platón es más colectivista y Aristóteles más individualista.Para resumir la figura de ambos filósofos mediante una imagen tipificada podríamos imaginar a Platón señalando y mirando a las alturas y a Aristóteles a la tierra, como en el famoso fresco renacentista de Rafael que se puede contemplar en El Vaticano.

miércoles, 26 de mayo de 2010

POLÍTICA DE ARISTÓTELES

Presentamos un texto tomado de “La Política” de Aristóteles Libro I , cap. I

A continuación proponemos unas preguntas sobre el texto.

“…. Estas dos primeras asociaciones, la del señor y el esclavo, la del esposo y la mujer, son las bases de la familia…
Así, pues, la asociación natural y permanente es la familia…
La primera asociación de muchas familias, pero formada en virtud de relaciones que no son cotidianas, es el pueblo, que justamente puede llamarse colonia natural de la familia…La asociación de muchos pueblos forma un Estado completo, que llega, si puede decirse así, a bastarse absolutamente a sí mismo, teniendo por origen las necesidades de la vida, y debiendo su subsistencia al hecho de ser éstas satisfechas.
Así el Estado procede siempre de la naturaleza, lo mismo que las primeras asociaciones, cuyo fin último es aquél; porque la naturaleza de una cosa es precisamente su fin, y lo que es cada uno de los seres cuando ha alcanzado su completo desenvolvimiento se dice que es su naturaleza propia, ya se trate de un hombre, de un caballo o de una familia. Puede añadirse que este destino y este fin de los seres es para los mismos el primero de los bienes, y bastarse a sí mismos es, a la vez, un fin y una felicidad. De donde se concluye evidentemente que el Estado es un hecho natural, que el hombre es un ser naturalmente sociable, y que el que vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar es, ciertamente, o un ser degradado, o un ser superior a la especie humana…
El hombre que fuese por naturaleza tal como lo pinta el poeta, sólo respiraría guerra, porque sería incapaz de unirse con nadie, como sucede a las aves de rapiña…
Si el hombre es infinitamente más sociable que las abejas y que todos los demás animales que viven en grey, es evidentemente, como he dicho muchas veces, porque la naturaleza no hace nada en vano. Pues bien, ella concede la palabra al hombre exclusivamente. Es verdad que la voz puede realmente expresar la alegría y el dolor, y así no les falta a los demás animales, porque su organización les permite sentir estas dos afecciones y comunicárselas entre sí; pero la palabra ha sido concedida para expresar el bien y el mal, y, por consiguiente, lo justo y lo injusto, y el hombre tiene esto de especial entre todos los animales: que sólo él percibe el bien y el mal, lo justo y lo injusto y todos los sentimientos del mismo orden cuya asociación constituye precisamente la familia y el Estado.
No puede ponerse en duda que el Estado está naturalmente sobre la familia y sobre cada individuo, porque el todo es necesariamente superior a la parte, puesto que una vez destruido el todo, ya no hay partes… Lo que prueba claramente la necesidad natural del Estado y su superioridad sobre el individuo es que, si no se admitiera, resultaría que puede el individuo entonces bastarse a sí mismo aislado así del todo como del resto de las partes; pero aquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades, no puede ser nunca miembro del Estado; es un bruto o un dios.
La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hombres a la asociación política…”

CUESTIONES:
1/¿Cuáles son los fines de la familia, el pueblo y el estado? Relaciona tu respuesta con el concepto teleología (desarrolla un hipervículo con esta palabra donde se explique más extensamente su significado)
2/¿Sería posible un estado si no hubiese lenguaje conceptual? Razona la respuesta relacionándolo con la expresión zoon politikon y desarrolla un hipervículo que explique este concepto más extensamente.
3/¿Por qué el estado es un “hecho natural” para el ser humano?
4/¿Qué sería el hombre sin el estado?

PLATÓN Y FREUD



La imagen pretende poner en evidencia la relación entre la psicología de Platón y la de Freud. Tal relación es especialmente interesante subrayarla en Psicología de 2º de BACHILLERATO, en la unidad didáctica referida al psicoanálisis o a la propia psicología de Platón.

jueves, 20 de mayo de 2010

LAS PARTES DEL ALMA EN PLATÓN




La presente imagen ilustra la concepción del hombre de Platón como un compuesto de cuerpo y alma. A su vez el alma consta de tres partes: parte racional, irascible y concupiscible.

Es adecuado para complementar la unidad didáctica referida a Platón en 2º de BACHILLERATO. También podemos mostralo en Ética de 4º de ESO.